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Ayer Sendic, hoy Olesker.

Nuevamente se devela que un dirigente de primer nivel de la política uruguaya ha estado ostentando un título universitario del que carece.

En el caso de Sendic, la licenciatura en genética humana que él solía invocar ni siquiera existía como carrera.

En el de Olesker, el senador presentó como justificación que no pudo terminar la carrera porque fue perseguido por la dictadura, pero eso no le impidió realizar un curso de posgrado en Lovaina (Bélgica).

De todas maneras, las explicaciones siguen haciendo ruido.

Porque desde que recuperamos la democracia hasta hoy, Olesker tuvo más de tres décadas de plazo para regularizar esa situación.

O en su defecto, no debió permitir que se antepusiera la profesión de economista a su nombre.

Lo del posgrado en el exterior es igualmente preocupante: habría que determinar cómo la Udelar avaló o por qué solicitó que se inscribiera allí en forma irregular.

¿Por qué decimos que estas cosas son graves?

Primero porque es éticamente reprobable que un dirigente político incurra en falsedades sobre su currículum: si miente acerca de su propia trayectoria, ¿qué podemos esperar que haga en su actividad cotidiana de servicio público?

Segundo, porque asumir un título que no se posee configura además una falta de respeto para quienes de verdad lograron ese objetivo.

Existe un estándar muy riguroso, tanto a nivel de los cargos técnicos del Estado como en la selección de posiciones de mando en las empresas privadas, respecto a la exigencia probatoria de que se posee título universitario.

No está bien que desde el sistema político pretenda flexibilizarse.

Tendría que ser exactamente al revés: poniendo la vara bien alta, los políticos deberíamos dar el ejemplo al respecto.

El episodio también echa luz sobre la falta de credenciales académicas de quienes se oponen desde hace años a una línea económica que ha dado estabilidad al país de la posdictadura.

Porque no solo estamos hablando del correcto manejo de las finanzas públicas que realiza el actual gobierno, que Olesker rechaza un día sí y otro también.

Nos referimos asimismo a su posición siempre inquisidora contra todas las conducciones económicas de los últimos 30 años, incluidas las que lideró Danilo Astori, en el ciclo de tres gobiernos frenteamplistas.

El hecho fue especialmente grave durante el gobierno de Mujica, cuando en el FA repartieron poder entre el astorismo -a quien concedieron el MEF- y el socialismo marxista, que con Olesker al mando se hizo cargo de la OPP.

Es bien recordada la conflictiva convivencia de dos modelos económicos distintos en aquella época, algo que fue reconocido por los propios frenteamplistas y que no trajo pocos problemas al país, más allá de que durante la mayor parte de ese período, nos beneficiáramos del viento a favor de la economía mundial.

Quienes saben del tema han objetado también uno de los principales legados de Olesker, la reforma de la salud que implantó el Fonasa. En los hechos, es un sistema deficitario que año a año demanda el auxilio de rentas generales, en un contexto de mutualistas superpobladas y caída de calidad asistencial.

Desde que Lucía Topolansky declaró haber visto el inexistente título de Sendic, restando importancia a lo que llamó un “cartoncito”, la percepción de buena parte de la izquierda (sobre todo la mujiquista), es de desvalorización de la formación universitaria.

Este nuevo traspié no hace más que confirmarla.

También para modificar ese prejuicio, nacido de una ignorancia arrogante, es imperiosa la transformación educativa.


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