Vivimos un tiempo en que parece importar solamente lo más inmediato. Tal vez sea por los avances vertiginosos de la tecnología; lo cierto es que la agenda de los medios de comunicación se nutre fundamentalmente de primicias.
Frente a esa realidad, quienes cada tanto miramos al pasado y nos ponemos a evocar efemérides, podemos quedar como anticuados o pasados de moda.
Me rebelo a ese prejuicio.
Siendo estudiante, leí una vez una frase que me quedó grabada: “¡qué vigente está hoy Homero y qué viejo el diario de ayer!” Porque aprendemos del pasado, encontramos muchas claves que explican el presente y permiten augurar el porvenir.
Por eso hoy quiero evocar con ustedes dos efemérides: el 2 de agosto se cumplieron 75 años del fallecimiento de don Tomás Berreta. Y el 5 de agosto, el gran Carlos Maggi cumpliría 100 años.
Son dos batllistas excepcionales cuyas obras siguen vigentes: el primero por haber sido presidente de la República durante un breve pero fecundo lapso (lo halló la muerte en 1947, a escasos meses de haber asumido) y el segundo por ser un intelectual clave en la historia del país.

Fiel a las ideas de Batlle y Ordóñez, don Tomás avanzó en un modelo de desarrollo nacional: gestionó la importación de maquinaria agrícola que aumentó la producción agropecuaria y en su mandato se firmó el convenio con Inglaterra del pago de la inmensa deuda contraída por ese país, debido a la guerra mundial que había finalizado dos años antes.
Al fallecer, es sucedido por Luis Batlle Berres, tercera generación de una verdadera “dinastía democrática”, que desde Lorenzo Batlle, pasando por don Pepe, por Luis y culminando en nuestro querido Jorge, sintetizó en un mismo apellido la calidad democrática y republicana que distingue al país en el contexto regional.
Tomás Berreta y Luis Batlle Berres son exponentes de ese “Uruguay optimista” que con tanta precisión ha descripto el presidente Sanguinetti.
Un país atípico por la solidez de sus instituciones y sus elevados parámetros de equidad social, que además vio nacer, con la generación del 45, a un numeroso grupo de intelectuales brillantes, tal vez la camada de talentos más importante que dio el país en toda su historia.
Allí abrevaron Carlos Maggi y Manuel Flores Mora, como lo hizo también la querida poeta Ida Vitale, cuya inteligencia y ternura aún hoy podemos disfrutar, en sus jóvenes 98 años…

Ese Uruguay del batllismo generó un movimiento de intelectuales que, lejos de ser complacientes con la realidad, la desafiaron con fuerte espíritu crítico y firme concepción republicana. Importa comparar este fenómeno con el de otros países.
Hay que recordar que los años 50 fueron los del origen y crecimiento de la revolución cubana, y los 60, la década en que ese ideal de libertad se convirtió en un espejismo, fagocitado por el imperialismo soviético, totalitario y represor que aún proyecta sus dolorosas sombras sobre esa isla.
Hubo en Uruguay un positivo fogoneo político e intelectual inspirado en la concepción batllista, que impidió hasta 1973 que los extremismos totalitarios de uno y otro signo (acá también se expresaron) se llevaran puesta a la democracia. Y fue esa misma concepción batllista, liberal y republicana, la que torció el brazo a la dictadura ya desde 1980 y nos devolvió la libertad, desde 1985 y para siempre.
Son activos que tiene nuestro país que no se explicarían si no hubiera habido un Batlle Berres, dando ejemplo desde arriba de tolerancia y austeridad. Serían imposibles si no hubiera estado Carlos Maggi aportando su conocimiento y valores a un proceso intelectual que lo tuvo como pensador, historiador, ensayista, periodista de opinión y dramaturgo.
La identidad de los países se construye precisamente por la calidad de su conductores y por la influencia que tienen sus mejores intelectuales en el devenir político y social.
Celebrando hoy a Berreta, Batlle Berres y Maggi, estamos rindiendo homenaje a lo mejor de nuestro país. Aquello que nos distingue y nos enorgullece, en el difícil contexto internacional que vivimos.