Hace casi ya un año de la anterior marcha por el Día Internacional de la Mujer vienen a mi memoria carteles que compañeras levantaban proclamando cosas tales como “no existe el feminismo de derecha”, “Argimón traidora del feminismo” (entre otros) y considero oportuno y necesario que nos tomemos un tiempo para cuestionarnos estas ideas erróneas que tan mal le hacen al movimiento; partiendo de la base de que excluyen a compañeras, niegan la influencia de personajes que tanto han aportado a la lucha e ignoran que el feminismo, la lucha por la libertad de la mujer, trasciende colores o inclinaciones políticas.
Nuestra actual vicepresidenta, Beatriz Argimón, ha abogado desde hace muchos años por, entre otras causas feministas, una mayor participación de la mujer en el sistema político, pero no es en ella o su carrera en quien nos centraremos hoy. A lo largo del artículo se irán postulando brevemente ideas de dos pensadoras católicas que han aportado las premisas de emancipación, derecho al trabajo y educación de la mujer a finales del siglo XIX y principios del XX. Evidenciando así que también el ala más conservadora ha aportado a las críticas hacia el sistema patriarcal y que es posible una militancia feminista desde dentro de ellas.
Concepción Arenal, la mujer que se vistió “de hombre” para estudiar Derecho, tuvo una gran trascendencia en sus formulaciones tal que todo el debate feminista que se realizó durante el primer tercio del siglo XX poseyó la obra de esta. En su libro “La mujer del porvenir”, respondió a los argumentos que sostenían la inferioridad mental de la mujer, afirmando que las desiguales capacidades de los sexos eran consecuencia de las distintas realidades a las que estos se enfrentaban y, sobre todo, al déficit educacional que las mujeres arrastraban. Dejando expuesto que en profundidad del asunto el problema era la desigualdad de oportunidades.
Gimeno de Flaquer rechazó profundamente el artículo 213 del Código Civil Francés que decía: “el marido debe protección a la esposa y la esposa debe obediencia al marido”, argumentaba que era una frase humillante para la mujer tratándola de esclava. También tildó de inadmisible el debate de la inferioridad mental de la mujer, argumentando desde la teoría creacionista que “a los dos sexos los ha dotado de inteligencia” y desde la razón decía que “La supuesta inferioridad del sexo femenino no tiene base científica; su debilidad orgánica origínala el encierro en que ha vivido durante tantos siglos, su estrecha limitación a la vida del hogar, la falta de actividad, la carencia de educación física…”
De estos dos ejemplos lo que nos interesa es destacar el potencial igualitario de ciertos sectores conservadores. No intento argumentar que estos fueron los mayores defensores de las mujeres, pero sí que su discurso tenía y tiene la capacidad virtual de ser interpretado desde distintas sensibilidades y con distintos resultados. Es necesario tener en cuenta la evolución del pensamiento dentro del catolicismo, y a los individuos que respondieron con ideas revolucionarias para su entorno. Así, fue que feministas como Gimeno de Flaquer afirmó, por ejemplo, que “la evolución feminista es la continuación del cristianismo” o que “Jesucristo fue su precursor (del feminismo), predicando la igualdad de los sexos”. Estas reflexiones nos permiten calibrar la vitalidad de las ideas feministas tanto como la capacidad del discurso católico o más conservador de adaptarse a ellas.
La lucha por la libertad de la mujer es algo que nos debería comprometer a todos y todas, necesitamos ser conscientes de que señalarnos como más o menos capaces o categorizarnos entre nosotras por pertenecer a un sector u otro es nada más ni nada menos que consecuencia del mismo sistema patriarcal, no lo sigamos eternizando.