¿Cuánto apoyo tuvieron los tupamaros de la población uruguaya? Esta pregunta ha sido formulada muchas veces en el ámbito académico y creo – repito, creo – que aún no existe consenso.
Una afirmación bastante difundida es que mientras actuaron como los “Robin Hood” contaron con una amplía simpatía, que se esfumó cuando asesinan a Dan Mitrione el 10 de agosto de 1970.
No he compartido esta opinión porque, a esa fecha, los tupamaros ya habían abatido a diez policías, al coleccionista de armas Rafael Guidet y los sucesos de Pando, el 8 de octubre de 1969, cobraron una víctima inocente, Carlos Burgueño. O sea que no me resulta claro que entre 1963-1970 los tupamaros hubiesen desplegado una suerte de “violencia simpática”, casi sin sangre y con costos mínimos.
Después de todo se trató de una organización armada que intentó, mediante el arrojo y el heroísmo, despertar la conciencia revolucionaria del pueblo y así derrocar al régimen de explotación capitalista que se escondía tras la fachada democrática. Incluso tengo la impresión que primero fue la práctica y después vino la formulación teórica. Si algo deseaban los tupamaros era desvincularse de las bizantinas polémicas ideológicas de la izquierda.
Al margen de ello, ¿qué respaldo tuvieron? En su discurso público siempre están presentes los uruguayos que soportaban situaciones de injusticia extrema, los marginados y olvidados. Pero, aquellos sectores más golpeados por la larga situación de estancamiento económico que sufría el país, ¿estaban dispuestos a embarcarse en una insurrección armada? Observemos este problema desde otro ángulo: ¿la lucha armada era la única opción viable en aquel Uruguay? Y este no es un tema menor, porque la historia de las revoluciones exitosas demuestra que previamente se habían cerrado todos los caminos de una salida legal y pacífica para los cambios.
Es interesante observar que el crecimiento de los tupamaros en 1968-1969 se debe, fundamentalmente, a la incorporación de grupos juveniles universitarios de clase media y media alta. No eran precisamente los marginados del sistema. Tampoco parece muy profunda su inserción en la clase obrera organizada y mucho menos que sus acciones estuvieran coordinadas con la CNT. Por ejemplo, cuando secuestraron a Gaetano Pellegrini Giampietro el 10 de setiembre de 1969, en apoyo a la huelga banca privada, un fuerte nerviosismo se apoderó de los dirigentes de AEBU. Estaban soportando una militarización y temieron que el gobierno pensara que había sido idea suya, con las consecuencias que eso aparejería.
No quiero dar una respuesta definitiva a la pregunta que formulé. Me parece mucho más importante plantear el problema porque estamos obligados a comprender el alcance real del fenómeno tupamaro.
Porque, como las pesadillas, son criaturas nuestras.