Compartí este artículo con tus amigos

Como en el teatro de Lorca

No sería desacertado pensar que la suma de los acontecimientos acaecidos en Uruguay en 1964, habría dado material suficiente al mismísimo Lorca para materializar en la escena, una idea -que, contemplando tiempo y espacio-  conjugase al unísono  drama, tragedia y farsa.

Para comenzar, en plena temporada de verano cada día con más insistencia, se alcanzaban a escuchar los cuchicheos típicos de una conjura en ciernes. El ruido estridente de “golpear con las conteras de los sables el suelo de mármol”, al confabularse, oficiales militares y políticos, con el propósito manifiesto de implantar una “dictadura terapéutica”. 

Las razones que esgrimían, básicamente los ruralistas y herreristas, para concebir el ignominioso plan, reposaban principalmente, en la extendida convicción, de que el gobierno “blanco independiente”, de su propio partido, era incapaz de conducir al país: por su “notoria ineptitud” por el “fraccionamiento extremo del partido, [según ellos] provocado desde la propia Casa de Gobierno” y finalmente, el infalible pretexto –muy en boga por aquel entonces- de que el Ejecutivo colegiado “es una rémora para gobernar en estos nuevos tiempos”.

La fatalidad parece adueñarse -ese año- del destino político de los uruguayos, en el lapso de tan sólo 125 días, mueren de muerte natural, los tres principales líderes del panorama político nacional [el 25 de marzo Benito Nardone, a los 57 años; el 15 de julio Luis Batlle Berres a los 66; y trece días después, el 28 de julio, a la edad de 63 años, Daniel Fernández Crespo].

En la mañana del miércoles 1º de abril los militares brasileños con el apoyo ostensible de los Estados Unidos, destituyen al presidente constitucional Joao Goulart, y el hecho cobra enorme gravitación en el Uruguay.

En la muy especial coyuntura que estaba viviendo el país, el reconocimiento al gobierno militar de Brasil, significó una verdadera disyuntiva para el Ejecutivo uruguayo. Una demora o negativa del otorgamiento habría operado como un factor disruptivo, perturbador,  en las relaciones de ambos países y por el contrario un rápido reconocimiento, podía ser interpretado como una señal de proximidad con la naciente dictadura brasileña, por parte de los militares uruguayos. Casi sin el debido rigor para corroborar si las nuevas autoridades de país vecino, reunían las condiciones y requisitos que determina el otorgamiento, el gobierno uruguayo formalizó la aceptación al mismo tiempo que habilitaba el ingreso al país del derrocado presidente.

En los primeros días de abril, enseguida de instalada la dictadura, Brasil estrena su nueva política exterior enviando emisarios diplomáticos y militares a Montevideo para, en misión confidencial,  informar sobre las connotaciones del proceso. El carioca Manoel Pio Correa, de anterior trayectoria, como segundo secretario de la representación diplomática en Uruguay, es designado embajador. Por su estrecha vinculación con el sector proclive al golpe y por su señalamiento como colaborador de la CIA, el nombramiento de Pio Correa, es visto con marcado recelo, principalmente por la dirigencia colorada. El sábado 4 de abril Joao Gulart se instala en Montevideo y desde su arribo comienza el acoso por parte de la embajada, que sigue todos sus pasos, con el propósito de tenerlo controlado y aislado.

Jornal do Brasil en su edición del 17 de mayo y O Globo del día siguiente, manejan, en sus editoriales, la hipótesis de una posible invasión de tropas brasileñas a territorio uruguayo, vista la creciente evolución del comunismo y del movimiento sindical en el país.

Apremiados por la circunstancia, dirigentes políticos del entorno de Batlle Berres realizaron -según se supo- imperiosas gestiones ante el gobierno del presidente Johnson, requiriendo apoyo para contener la intimidación de Brasil.

Un documento desclasificado, de la embajada americana al Departamento de Estado, de los Estados Unidos -publicado en uno de los libros de la historiadora Clara Aldrighi- el embajador Wimberley Coerr informando respecto a un encuentro suyo -en la sede del diario Acción- con su director, revela la palpable aprensión de Batlle Berres por el nuevo estado de las relaciones con Brasil.   

Conforme al memorándum de Coerr, don Luis Batlle –de manera muy coloquial y distendida- habría manifestado con absoluta claridad su pensamiento, respecto al incipiente régimen brasileño “El nuevo presidente y el nuevo canciller son enemigos de Uruguay; mantienen el viejo sueño brasileño de desplazar la frontera sur de Brasil hasta Salto. Nos esperan tiempos difíciles con ellos en el poder”.  

Se encienden las alarmas

En las últimas horas de la tarde del 10 de junio comienza a circular una información que, no por presentida, dejó de ser preocupante: Altos oficiales del Ejército uruguayo habían advertido al líder de la Lista 15,  la existencia de una confabulación militar -de la que iban a participar el Jefe de Policía, coronel Ventura Rodríguez y su predecesor en dicho cargo el coronel Mario Aguerrondo, junto a un grupo de oficiales blancos- para dar un golpe de Estado. Según las mismas versiones, la Policía de Montevideo se encargaría de desalojar el Ejecutivo y el Legislativo, al tiempo que -de acuerdo a lo previamente establecido- el Ejército se mantendría expectantes en sus unidades, para luego instalar una junta militar.

Raudamente, el por entonces diputado Jorge Batlle, pone al corriente de las noticias a la Embajada de los Estados Unidos. El Partido Colorado, por su parte, resuelve emitir una declaración pública, en la que convoca al gobierno a “resolver la crisis” ofreciendo el necesario apoyo parlamentario [sin precisar las características del peligroso trance] y designa a los diputados Glauco Segovia y Jorge Batlle para entrevistarse con los consejeros de gobierno Alberto Heber del Herrerismo y Washington Beltrán de la UBD [Unión Blanca Democrática] y prevenirlos de la situación. Al mismo tiempo realizan gestiones perentorias con algunos oficiales militares, afines al Partido Colorado, para instarlos a no permanecer pasivos como pretendían los conjurados.  

Cada cual hacía su parte

El 10 junio el diario Acción exhorta al Partido Nacional a “sanear el mal clima que esos enemigos desean crear”. Al día siguiente en las páginas de El Debate, el ex presidente del CNG, Eduardo Víctor Haedo, escribía “Un gobierno que no funciona es un gobierno sin legitimidad… Un clima de subversión está siendo desarrollado desde la misma Casa de Gobierno”. El senador, herrerista, Washington Guadalupe, [director de El Debate] militante acérrimo de la causa golpista, aplaudía calurosamente desde su audición radial, la irrupción de los militares brasileños. Por su parte, Jorge Giucci Urta, muy próximo al cerno del herrerismo, militante convencido de la causa golpista, reflexionaba de esta manera, “Si no hay reforma constitucional, habrá sin duda un golpe que traerá la reforma. Esta circunstancia podría asustar lo suficiente a los colorados como para votar por la reforma. Si esto no ocurre, entonces la reforma llegará por la fuerza. Ahora bien, como los militares no están preparados para gobernar será preciso ingresar los técnicos de primer gobierno [herrrero-ruralista] al gobierno militar”.

No puede dejar de reconocerse el rol fundamental, desempeñado por el embajador Wymberley DeRenne Coerr, en favor de la estabilidad institucional, realizando contactos con militares, políticos, empresarios y directores de medios. 

Entrevistado por el diplomático, el empresario rural Juan José Gari, notorio colaborador de la CIA [Según los archivos desclasificados y analizados por la ensayista Aldrighi] sin rodeos admitió “indudablemente se está incubando un golpe… lo que Uruguay necesita es un golpe no político, protagonizado por los militares para después retornar lo antes posible. Eso sí bajo un “sistema viable”.

  En otro fragmento del fondo documental, el embajador informaba a Washington, “los herreristas no son precisamente famosos por su compromiso con los principios democráticos, tal como lo entendemos nosotros. …y los dirigentes colorados especialmente los de la 15, tienen un casi patológico miedo a Mario Aguerrondo y probablemente se vean forzados [en los próximos meses] a hacer concesiones políticas para impedir que [este militar] reciba una designación [en un puesto de mando] que le facilite perpetrar el golpe que los colorados están convencidos desea” 

El viernes 12, el diputado Batlle informa a su bancada que la reunión con el consejero Heber había sido “del todo improductiva… sigue jugando con la política, sólo busca apropiarse de nuevos ministerios” se lamentó. En cambio consideró “fructífero” el encuentro con los otros dos consejeros, Beltrán y Fernández Crespo. Al caer la jornada, circulaba en los corrillos de la Cámara dos noticias alentadoras, el Inspector General del Ejército [a la sazón, así se llamaba al comandante en jefe] General Gilberto Pereira Serrano había manifestado su disposición a “resistir el golpe con el apoyo de la Marina y seguramente también, de la Aviación” y por su lado el nuevo ministro de Defensa, Pablo Moratorio -a expreso pedido de Jorge Batlle- realizaba declaraciones por radio y televisión, negando el complot y manifestando enfáticamente, estar “dispuesto a defender la Constitución de la República”

Un año después, en un informe al Departamento de Estado, el embajador americano escribía: [un golpe en aquel momento sólo podría ser perpetrado] por una combinación de herreristas, con elementos militares o paramilitares. Llevaría a la cumbre a los individuos políticos más corruptos y con menos condiciones de estadistas de este país. Los resultantes [de un] mal gobierno, corrupción y mal manejo de las relaciones con otros países, tenderían a solidificar contra ellos a la oposición no comunista y a la opinión pública” 

Como era previsible la trama terminó siendo desbaratada, aunque no exterminado el instinto golpista que como la Hidra de Lerna se regenera de vez en vez. Los coroneles Ventura Rodríguez y Mario Aguerrondo, los Jefes de la Casa Militar del CNG, Juan C. Etcheverry y su sucesor Julio Tanco, definitivamente, habían reunido nuevos antecedentes a su voluminosa nómina del honor perdido. 

Fragmentos de La Conjura de Cándido y Tartufo [Edición en desarrollo].


Compartí este artículo con tus amigos
A %d blogueros les gusta esto: