Algún tiempo atrás, John F. Kennedy, presidente de Estados Unidos entre 1961 y 1963, afirmaba lo siguiente: “Todas las madres quieren que sus hijos crezcan y se hagan presidentes, pero no quieren que mientras tanto se conviertan en políticos”. De estas palabras podemos interpretar un sentir que cada vez se pronuncia con más firmeza en nuestro tiempo presente, que es el del rechazo de la sociedad hacia el político, un rechazo hacia lo que representa ese ser determinado muchas veces, por los malos ejemplos y los peores representantes.
Es cierto que la política como tal, es una actividad del hombre por naturaleza, que constituye al ser humano como tal en comunidad y que ésta, sirve como medio para canalizar las inquietudes ciudadanas y para transformar la realidad en la que vivimos, procurando siempre, combatir las desigualdades sociales que nos aquejan.
Una vez dicho esto, cabe señalar y detenernos en lo que podríamos llamar “el desvío de la naturaleza política” o también quizás, “la profanación de la herramienta social”. Con el primer término me refiero a la uso desmedido de la política que excluye de sobremanera el fin primero y último de esta, el de transformar la realidad y disminuir las desigualdad, siendo utilizada por contraparte, para alimentar egos desmedidos y embriagarse con la sed de poder, un poder que muchas veces por no decir todas, es ilusorio, líquido e intangible. Con el segundo término me refiero a la vulgarización de esa herramienta que me atrevo a llamar como sagrada en el marco del poder de transformación que connota intrínsecamente, es decir, la exposición y el manoseo de esa idea de política por parte de “representantes” sin escrúpulos, sin formación y sin siquiera un manojo de códigos éticos y morales. En resumidas cuentas, el acceso a la política de maquiavelos, mentirosos, ignorantes e inmorales.
“Sé prudente. Lo mejor en todo es escoger la ocasión” decía Hesíodo, uno de los grandes poetas de la antigüedad, donde cada ocasión es una oportunidad, una de acción o inacción, un momento en el tiempo que puede valer en el destino de las demás personas, de la “polis” como se denominaba en la antigua Grecia, pilar de la democracia y las libertades. La prudencia que era vista desde un sentido de excelencia en el desarrollo de la virtud de cada ciudadano implicaba el ser mejores personas, ser mejores ciudadanos, y obviamente, en cada decisión tomada bajo la luz de la prudencia, pensar en lo mejor para la polis, para la comunidad.
Y si de oportunidades hablamos, en el sentido de la expresión de la esencia de la política, el reciente caso del voto del préstamo del BID, es por excelencia un caso fortuito de señalar. Al referirme a fortuito no lo hago en calidad del resultado del mismo, sino desde el lugar de la oportunidad que tuvieron quienes se arrogan el título de “representantes” de pensar en la comunidad, de actuar en consecuencia de esos discursos grandilocuentes por el que se rasgan las vestiduras cada vez que tienen una cámara delante o cada vez que envían un Tweet, pero como bien sabemos, eso no fue lo que sucedido, sino que por el contrario, primaron los deseos egoístas de trapecistas de ocasión, disfrazando de argumentos contradictorios y de falacias, la paupérrima “jugada política”, decidiendo a sabiendas, condenar a 200 mil montevideanos, a la privación del acceso al saneamiento. Es muy fácil desde un lugar de confort y de necesidades resueltas, jugar a la política utilizando como botín electoral el futuro de los ciudadanos, secuestrando de 200 mil montevideanos el acceso a la dignidad humana y a la tan proclamada y manoseada “justicia social”. ¿Acaso fue este hecho lo que se festejó al término de la votación? Definitivamente vivimos en términos políticos, tiempos oscuros e inmorales, con un “desvío de la naturaleza política” y la “profanación de la herramienta social” por parte de fantoches y mezquinos.