Posterior a la victoria Oriental sobre el Ejército realista de Montevideo el 19 de mayo de 1811, José Gervasio Artigas pronunciaría una frase que quedaría en la historia cultural e idiosincrática del uruguayo promedio: “clemencia para los vencidos”.
Esta mentalidad conciliadora se vería reflejada un miércoles 8 de octubre al firmarse, en el nóvel Estado Oriental del Uruguay, el tratado de paz que pondría fin a la Guerra Grande posterior a 12 años de conflicto civil que destruyó la economía nacional, llevó a la búsqueda de refugio a miles de ciudadanos y peligró la misma existencia del Uruguay como nación independiente.
En busca de reconciliar las diferencias entre los bandos oponentes y comenzar la unificación nacional, la paz se firmó bajo el lema de “ni vencidos ni vencedores” que, si bien no evitaría conflictos civiles posteriores, seguiría enquistando la identidad concertadora del ciudadano uruguayo.
Pasadas las turbulencias cívicas del siglo XIX, el siglo XX sería caracterizado por los cambios sociales que pondrían a nuestro país a la vanguardia mundial en materia de derechos y convivencia cívica. Este rasgo conciliador, sería la culminación del rechazo a los extremos políticos y a las prácticas intolerantes que llevaron a otros países de la época al conflicto interno y al autoritarismo.
Con la efervescencia política que existe en nuestro país hoy día, empiezan a resonar la voz de muchos actores políticos y organizaciones sociales que aprovechan el miedo y la incertidumbre general para convencer a la ciudadanía de una realidad social en constante conflicto y sin posibilidad de consenso alguno, para atraer nuevos adherentes a sus causas.
Esta polarización se ha vivido en el pasado y culminó en violencia y en el debilitamiento institucional. ¿Esto significa que debemos resignarnos a un destino en el que existe una línea divisoria entre la izquierda y la derecha en continua guerra civil?
Para responder esta pregunta es necesario ir a los números; en una encuesta política llevada a cabo por Cifra y presentada en una columna del programa radial “Rompkbzas”, el periodista Leonardo Haberkorn mostró que el 72% de la ciudadanía votante se identifica con el centro político, la centro-izquierda y la centro-derecha.
Estos números hablan de la mentalidad colectiva de la mayoría de los ciudadanos, a los cuales las revoluciones bruscas y las transformaciones inmediatas les resulta ajeno y, al mismo tiempo, tiende a rechazar el retroceso a los cambios sociales que se han emprendido. Es por este motivo que el centro político tiene el imperativo moral de hacerse presente a través de un proyecto político que logre combatir la polarización y extremismo creciente que tanto daño le ha hecho al país en el pasado.
No dudo que un gran polo de centro que se base en los valores conocidos de racionalidad, convivencia, reformismo y progreso logre captar y entusiasmar a la ciudadanía a acercarse a él, dado que, estos son la base misma de nuestra identidad nacional.
Un nuevo 1º de marzo ha pasado. Se cumplieron 38 años de nuestro retorno a la democracia.
Con Sanguinetti a la cabeza y con Tarigo acompañándolo, se iniciaba un camino a través del cual se sentaban las bases para afianzar ese sentimiento republicano que nos debería llenar de orgullo a todos los uruguayos.
Un camino, desde aquel entonces, que ha sabido atravesar, momentos tortuosos, difíciles de transitar, plagado de espinas y de sinsabores, pero también, y sin ser contradictorio, con muchas satisfacciones, avances, logros y por sobre todas las cosas de consolidación democrática, instituciones fortalecidas, convivencia pacífica y bregando siempre por las más amplias libertades.
No es poca cosa.
Solo basta con mirar la realidad latinoamericana para valorar aún más lo que tenemos.
Abundan, lamentablemente en la región, gobiernos totalitarios, autoritarios, gobiernos despóticos, violación de derechos humanos, con presos políticos, destierros, tortura, muerte, corrupción, tiranos que despojan a prestigiosos referentes de su ciudadanía, presidentes que asumen frente a la ausencia del mandatario saliente.
Somos una isla, un ejemplo, en una región tumultuosa y de sostenida inestabilidad.
Miremos, aunque más no sea de reojo, a la vecina orilla y comparemos lo que sucedió en el inicio de una nueva legislatura en el Congreso argentino y lo que sucedió aquí. Un presidente y su vice que apenas se hablan, un primer mandatario abucheado e insultado durante su discurso y con una Cristina Fernández, de rostro adusto, imperturbable, que no aplaudió, ni siquiera una sola vez en ese extenso discurso presidencial.
Aquí fue diferente, porque somos diferentes.
Un presidente presente, que da la cara, que rinde cuentas al parlamento. Sobrio y claro, en la coincidencia y aún en la diferencia. Con un discurso interrumpido en media docena de veces por el aplauso de muchos y el silencio respetuoso de otros. Como debe ser.
Tres años de gestión de un gobierno, dos de ellos atravesados por la pandemia y hoy, con la peor sequía de los últimos 50 años, que ha hecho mucho y al que aún le queda mucho por hacer.
Ni el mundo de las maravillas, donde algunos aplauden todo, incluso aspectos negativos, ni los que parados en la vereda de enfrente nos pretenden pintar un país oscuro, tenebroso, donde critican todo, incluso lo bueno.
A los que nada les viene bien, ni siquiera cuando se anuncian rebajas de combustibles o de impuestos.
Preferimos transitar el camino del medio, sin miradas hemipléjicas, ni fanatismos, de reconocer los logros alcanzados (disminución del déficit, crecimiento económico, reducción de la desocupación, exportaciones récords, rebajas de impuestos, un hospital en la Villa del Cerro, una reforma educativa en marcha, entre otros) y la honestidad de reconocer que aún queda mucho por hacer, aún se está en el debe con algunos temas. Como lo reconoció el propio presidente en su discurso.
Pero todo ello es posible, el que apoya y aprueba la gestión, el que critica en forma implacable o el que informa y denuncia libremente gracias a la consolidación de un sistema republicano que lo permite, a sus fortalezas y a la estabilidad institucional.
Es una fecha especial para todos, un momento en el que los ciudadanos, más allá de ideologías o partidos políticos, creencias filosóficas o religiosas, reafirmamos nuestros más altos valores republicanos. Esos valores democráticos y de libertad que nos hacen inmensos como nación, más allá de nuestra pequeñez territorial.
Es un momento de reafirmaciones, desafíos, compromisos y esperanza que nos debería encontrar a todos unidos por principios superiores.
Sin pequeñeces ni mezquindades, con grandeza y tolerancia.
Aristóteles decía: “no se piensa sin imágenes”, los rituales, la simbología que hay detrás de un 1º de marzo y el posterior discurso presidencial deberían permanecer por siempre en nuestra retina, por lo que representan.
Porque sin democracia plena, sin libertad, tolerancia, partidos políticos fuertes, convivencia pacífica, esa que se comenzó a gestar en 1985, sin instituciones consolidadas nada hubiera sido posible. Sin una justicia independiente, la que llevó a procesar a un vicepresidente por primera vez en la historia o la que detuvo dentro de la propia residencia presidencial al jefe de custodia, sin nada de todo esto tampoco podríamos tener el terreno fértil para alcanzar las mejoras sociales, económicas y laborales que todos anhelamos.
Eso es lo mejor de lo nuestro, lo que desde afuera nos valoran. Preservemos y cuidemos esos valores, intentemos oponernos a que la pequeñez moral de unos pocos, nos lleve a cambiar el rumbo, que con tanto trabajo y sacrificio se logró construir.
En el 2022 el Ayuntamiento de Madrid aprobó retirarle la llave de la ciudad que le fuera otorgada al presidente ruso Vladimir Putin, en el año 2006. Todos los grupos lo votaron, salvo el grupo de extrema derecha VOX.
Una medida acertada la del ayuntamiento de esa ciudad, adoptada después de la infame invasión rusa al territorio ucraniano. “Putin es todo aquello contra lo que luchamos: un régimen autocrático, criminal y corrupto”, manifestaban los partidarios al fundamentar dicha medida.
Esta decisión se diferencia radicalmente con la tibieza e hipocresía de las autoridades municipales montevideanas.
Diferentes intendentes frenteamplistas le entregaron a representantes de las más sangrientas dictaduras de la región la llave de nuestra ciudad. Entre ellos a Nicolás Maduro y Daniel Ortega, dictadores, con una interminable lista de atropellos a la democracia y libertades.
Fraude electoral, violaciones a los derechos humanos, presos políticos, tortura, muerte, corrupción, han caracterizado a estos tiranos.
Ya el año pasado todos los sectores opositores al gobierno departamental de Carolina Cosse coincidieron en que había que retirarle la llave de la ciudad al dictador Daniel Ortega.
El Partido Colorado había realizado un planteo formal y concreto en ese sentido. En aquel momento el evidente fraude electoral, con todos los opositores presos fue el detonante para tal solicitud.
La respuesta de las autoridades municipales fue que no existe una normativa que permita hacerlo.
El cinismo de esa respuesta era de esperar.
No hay voluntad política, ni interés real para hacerlo, esa es la verdad.
Le generaría seguramente grandes conflictos internos a los sectores frenteamplistas que apoyan a toda aquella dictadura de izquierda que anda en la vuelta.
Si la voluntad existiera, con la anuencia de la Junta Departamental, esas decisiones se pueden adoptar, además y de ser necesario, trabajar en la modificación del digesto municipal, indicando con claridad esa posibilidad.
Hoy hay motivos suficientes para insistir con dicha medida. Las últimas decisiones adoptadas por la dictadura nicaragüense lo ameritan.
Por si algo le faltaba a Ortega y a Murillo, su mujer, era expulsar, desterrar de su país a 222 presos políticos. Los acusan de apátridas, traidores a la patria, incitar a la violencia, menoscabar la independencia y terrorismo. El aparato sandinista también le confiscó sus bienes.
Despojando además de su nacionalidad a 94 diferentes personalidades opositoras al régimen. Entre ellos a los prestigiosos escritores Sergio Ramírez y Gioconda Belli, ambos en el exilio.
El destierro y despojarlo de su ciudadanía es para un ciudadano que verdaderamente ama su patria peor que la muerte. Pero el dictador sabe poco de eso.
Ese avasallamiento a las libertades individuales es sin dudas y por donde se lo mire violatorio del derecho internacional y de los más altos e inclaudicables valores democráticos.
Tamaña escoria no es merecedora de la llave de nuestra ciudad.
Nunca debería haberla recibido.
Es notorio que el otorgamiento de la “Llave de la Ciudad” y la consideración de “Ciudadano Ilustre” vienen en decadencia, se están devaluando considerablemente. Nunca un dictador puede ser merecedor de tan alto honor.
El Digesto Municipal en sus artículos 790 al 794, relacionado a “Reconocimientos honoríficos”, menciona que es una distinción que otorga la municipalidad a visitantes ilustres, que se distinguen por acciones altruistas, por su notorio prestigio en el campo cultural, científico, político, deportivo y sobre todo social y humanitario.
¿Dónde encaja un tirano en esa definición? Daniel Ortega no tiene honor como tampoco méritos políticos, sociales y menos aún humanitarios.
Con acuerdos y voluntad política real podemos retirarle la llave de la ciudad al dictador.
Repito, habría que insistir en ello.
También es muy valorable y a tener en cuenta la reciente propuesta del diputado Conrado Rodríguez, quien promoverá a nivel legislativo, basándose en el artículo 75 de la Constitución, para que los nicaragüenses despojados de su nacionalidad puedan acceder a la ciudadanía legal uruguaya.
Volviendo a la “Llave de la Ciudad”, el Frente Amplio tiene la palabra, decidir con acciones concretas de qué lado está.
O si prefiere parecerse al grupo de extrema derecha, ultraconservador y ultranacionalista VOX que terminò apoyando a Putin en Madrid.
Nuevamente se devela que un dirigente de primer nivel de la política uruguaya ha estado ostentando un título universitario del que carece.
En el caso de Sendic, la licenciatura en genética humana que él solía invocar ni siquiera existía como carrera.
En el de Olesker, el senador presentó como justificación que no pudo terminar la carrera porque fue perseguido por la dictadura, pero eso no le impidió realizar un curso de posgrado en Lovaina (Bélgica).
De todas maneras, las explicaciones siguen haciendo ruido.
Porque desde que recuperamos la democracia hasta hoy, Olesker tuvo más de tres décadas de plazo para regularizar esa situación.
O en su defecto, no debió permitir que se antepusiera la profesión de economista a su nombre.
Lo del posgrado en el exterior es igualmente preocupante: habría que determinar cómo la Udelar avaló o por qué solicitó que se inscribiera allí en forma irregular.
¿Por qué decimos que estas cosas son graves?
Primero porque es éticamente reprobable que un dirigente político incurra en falsedades sobre su currículum: si miente acerca de su propia trayectoria, ¿qué podemos esperar que haga en su actividad cotidiana de servicio público?
Segundo, porque asumir un título que no se posee configura además una falta de respeto para quienes de verdad lograron ese objetivo.
Existe un estándar muy riguroso, tanto a nivel de los cargos técnicos del Estado como en la selección de posiciones de mando en las empresas privadas, respecto a la exigencia probatoria de que se posee título universitario.
No está bien que desde el sistema político pretenda flexibilizarse.
Tendría que ser exactamente al revés: poniendo la vara bien alta, los políticos deberíamos dar el ejemplo al respecto.
El episodio también echa luz sobre la falta de credenciales académicas de quienes se oponen desde hace años a una línea económica que ha dado estabilidad al país de la posdictadura.
Porque no solo estamos hablando del correcto manejo de las finanzas públicas que realiza el actual gobierno, que Olesker rechaza un día sí y otro también.
Nos referimos asimismo a su posición siempre inquisidora contra todas las conducciones económicas de los últimos 30 años, incluidas las que lideró Danilo Astori, en el ciclo de tres gobiernos frenteamplistas.
El hecho fue especialmente grave durante el gobierno de Mujica, cuando en el FA repartieron poder entre el astorismo -a quien concedieron el MEF- y el socialismo marxista, que con Olesker al mando se hizo cargo de la OPP.
Es bien recordada la conflictiva convivencia de dos modelos económicos distintos en aquella época, algo que fue reconocido por los propios frenteamplistas y que no trajo pocos problemas al país, más allá de que durante la mayor parte de ese período, nos beneficiáramos del viento a favor de la economía mundial.
Quienes saben del tema han objetado también uno de los principales legados de Olesker, la reforma de la salud que implantó el Fonasa. En los hechos, es un sistema deficitario que año a año demanda el auxilio de rentas generales, en un contexto de mutualistas superpobladas y caída de calidad asistencial.
Desde que Lucía Topolansky declaró haber visto el inexistente título de Sendic, restando importancia a lo que llamó un “cartoncito”, la percepción de buena parte de la izquierda (sobre todo la mujiquista), es de desvalorización de la formación universitaria.
Este nuevo traspié no hace más que confirmarla.
También para modificar ese prejuicio, nacido de una ignorancia arrogante, es imperiosa la transformación educativa.
Nos equivocamos, es bueno reconocerlo. Llegamos a decir hace algún año atrás que era difícil que una fuerza política pudiera equivocarse tanto en la elección de un cargo con la mayor representatividad. Nos referíamos en esa oportunidad al presidente del Frente Amplio: Javier Miranda. No sabíamos que algo peor estaba por venir.
Miranda, que había derrotado a los candidatos del MPP y del Partido Comunista, quedó en poco tiempo sin respaldo político. Sus decisiones erradas y su perfil tan particular no lo ayudaron. Sus salidas destempladas y los escándalos internos, el más notorio, el caso Sendic, sin duda influyeron.
Un legislador frenteamplista llegó a decir:” Con su salida comenzamos a dar vuelta la página más oscura que ha tenido el Frente Amplio debido a la presidencia de Miranda”
Terminó yéndose por la puerta de atrás.
Pero lo peor aún no había llegado.
Después de un breve interinato de Ehrlich, apareció en escena Fernando Pereira, que lucìa ambas camisetas, la del Pit Cnt y la frenteamplista.
Todos pensamos que el perfil de apariencia conciliador que mostraba Fernando Pereira en muchos momentos en la central obrera y que contrastaba con el discurso más radical y de trinchera de Abdala, podía hacerle bien a su fuerza política y en ese relacionamiento duro pero a su vez respetuoso, civilizado y de dialogo, que deben tener necesariamente gobierno y oposición. Pero como decíamos al comienzo, nos equivocamos.
La metamorfosis del novel presidente frenteamplista fue increíble.
Seguramente empujado en alguna medida por ese relacionamiento interno de fuerzas dentro de esa coalición, donde los sectores radicales son amplia mayoría: comunistas, tupamaros y el socialismo ortodoxo gobiernan el frente amplio. No hay lugar para la moderación. El Astorismo es historia.
Tal vez tambièn en realidad estemos conociendo al verdadero Fernando Pereira.
Desde el inicio se opuso a todo, hasta encabezando caceroleadas en los momentos más angustiantes y dramáticos que le tocó vivir al país con el covid.
Se opuso a la ley de urgente consideración, incluso antes de conocerla. Nada de lo que el y su fuerza política vaticinaban se concretó. ¿en que quedaron los desalojos exprés, el gatillo fácil o la privatización de la enseñanza? Parecería querer decir “cuando peor mejor”.
A veces y de acuerdo a algunas de sus declaraciones parece hasta regocijarse por diversas situaciones por las que debe pasar el país.
Preside una fuerza política que fue incapaz en 15 años de transformar la educación, ni ofrecer una solución al gran tema de la seguridad social. Pero se oponen a ambas. Como se opusieron a la reforma de Rama y que hoy reconocen como la última gran reforma.
Todo está mal, ni un solo acierto para destacar. Esa estrategia extremista, radical y dogmàtica de mostrar un panorama negro, triste y abominable en todos los aspectos.
Solo resta que en algún momento salgan con la historieta baja y ruin, que utilizaron ex presidentes de decir que descubrieron a niños en algún rincón del país comiendo pasto. Aunque han estado cerca, al utilizar el hambre y ser cómplices de todas las mentiras y el fraude en torno a las ollas populares.
Agazapados esperando cualquier anuncio del gobierno, desde los más importantes a los pequeños para salir a criticar, incluso, si es necesario y utilizando una frase boxística, pegando bajo el nivel del cinturón.
La pandemia, la guerra entre Rusia y Ucrania o la sequìa no son pretextos, son una realidad. Quienes gobernaron durante 15 años y en tiempos de bonanza regional y mundial dejaron al país muy complicado.
No todo está bien, esa es la realidad, falta mucho. Hay promesas de campaña que hay que cumplir y si la fuerza mayoritaria de la coalición republicana que gobierna no lo hace, allí debemos estar los colorados y batllistas para recordárselas.
Pero de allí a no reconocer nada, a decir que todo está mal…estamos muy lejos de eso.
Está bien que la oposición sea dura, firme, crítica, pero también debe ser responsable, respetuosa, no mentir y presentar alternativas.
Para ganar una elección el Frente Amplio debe convencer al votante de centro, porque al fanático ya lo tiene. Para convencer al voto de centro màs pensante, no dogmático no lo va a ganar con el discurso barato, extremista, radicalizado y tremendamente demagógico de Fernando Pereira.
Seguramente ya varios frenteamplistas hasta estén recordando con cariño a Miranda y diciendo:
Un 9 de febrero pero de 1973, tuvo lugar el verdadero golpe de estado que sumió al país en 13 años de dictadura.
Lo del 27 de junio fue el desalojo de las cámaras, pero la avanzada militar sobre la institucionalidad democrática se dio cinco meses antes, en aquel “febrero amargo” tan bien relatado por Amílcar Vasconcellos, que ya hemos comentado y glosado en esta columna.
Los frenteamplistas suelen señalar con dedo acusador a un puñado de colorados y blancos que avalaron la disolución de las cámaras. Pero no es casual que siempre pasen por alto que todos los dirigentes de izquierda de esa época -con la excepción del periodista y director del semanario Marcha, Carlos Quijano- aplaudieron irresponsablemente la sublevación militar del 9 de febrero.
El hecho es (o debería ser) por todos conocido y si no, alcanza con leer dos libros emblemáticos:
“La agonía de una democracia” de Julio María Sanguinetti y “El pecado original. La izquierda y el golpe militar de febrero de 1973”, del periodista Alfonso Lessa.
Pero mi intención hoy no es asignar culpas y responsabilidades, sino rendir homenaje a uno de los uruguayos que en aquella oportunidad, siendo colorado y batllista, arriesgó su vida en defensa de la legalidad.
Me refiero al vicealmirante Juan José Zorrilla, que ejercía el mando de la única de las tres armas que se mantuvo fiel a la institucionalidad democrática, la Armada.
Es bueno que quienes creen ciegamente en las mentiras y tergiversaciones desparramadas por el Frente Amplio en los últimos lustros, se enteren de que en febrero, mientras los tupamaros negociaban con los militares en los cuarteles y los dirigentes del FA emitían declaraciones a favor del quiebre institucional, el vicealmirante Zorrilla tomó la decisión histórica de bloquear el acceso a la Ciudad Vieja con una hilera de ómnibus y atrincherarse allí con sus fuerzas, en defensa de las instituciones.
Con el Ejército y la Fuerza Aérea a favor del golpe, la batalla sería desigual, pero Zorrilla no dudó en poner su vida en juego para cumplir con el acatamiento a la Constitución que había jurado.
Y solo la orden en contrario del presidente de entonces, Juan María Bordaberry, lo hizo desistir de una determinación ética que sin duda le hubiera costado la vida.
Por eso, en esa época aciaga se denominó a la Ciudad Vieja “Ciudad Libre”, un nombre hermoso que deberíamos evocar, al tiempo que homenajeamos a ese gran defensor de la legalidad.
Jorge Batlle fue encarcelado por los militares en octubre de 1972, por el supuesto delito de advertir públicamente que se venía un alzamiento castrense.
Amílcar Vasconcellos denunció la conspiración con valentía y acuñó la expresión “febrero amargo”, que quedó matrizada en la historia nacional.
Julio María Sanguinetti renunció a su cargo ministerial y se opuso a la dictadura desde el primer día, (hasta lograr él, en forma protagónica, su caída a través de la negociación y no del enfrentamiento armado, algunos años después).
Y el vicealmirante Zorrilla enalteció con su coraje la condición de militar.
Vaya si merecerá un monumento en la Ciudad Vieja, su maravillosa Ciudad Libre que todos debemos recordar y admirar.
Los hechos acontecidos en Brasil, en que hordas de radicales de derecha acometieron contra los edificios del gobierno, deben movernos a una profunda reflexión.
Resulta sobrecogedor que se haya utilizado el mismo mecanismo (y por las mismas fechas del año) con que otras hordas que respondían a Donald Trump, asaltaban el congreso norteamericano de similar manera y con un mismo propósito desestabilizador.
La evidencia de que el ataque fue planificado de antemano, incluyendo una compleja logística de traslados y alojamientos de los asaltantes, acentúa la gravedad del fenómeno, sumado a que desde hace años en Brasil hay corrientes de opinión favorables a un golpe de estado, sobre todo vinculadas con militares extremistas y sus seguidores.
Lamentablemente compartimos una región donde la calidad democrática está deteriorada o puesta en cuestión.
Sobre lo que pasa en Argentina huelgan los comentarios.
Ni que hablar de la violencia política que hoy mismo asola a Perú.
Y que el nuevo gobierno de la hermana nación del norte arranque de esta manera, agrega una nueva cuenta al collar de preocupación continental.
Lo que nos preocupa en forma especial es que las reacciones a este deterioro institucional de la región, en nuestro país, varíen de acuerdo con el color político de quien las emite.
Hizo bien el senado uruguayo en emitir una declaración contundente contra el asalto a las instituciones brasileñas, en forma unánime. Hace bien el Frente Amplio en expresar su enérgico rechazo a esa intentona golpista.
Pero cuidado: esta no es el primer atropello contra la democracia en América Latina.
En octubre de 2019, el gobierno democrático de Sebastián Piñera en Chile sufrió una embestida particularmente cruenta, de grupos terroristas organizados que incluso incendiaron decenas de estaciones de transporte, saquearon y dañaron propiedades públicas y privadas.
Contra eso la izquierda uruguaya no se pronunció; al contrario, alentó las protestas justificándolas en el descontento a un “modelo neoliberal”.
Otro tanto puede decirse del estallido social que se produjo en Colombia en abril y mayo de 2021, bajo la presidencia de Iván Duque.
Por supuesto que el derecho a manifestarse contra el gobierno debe ser irrestricto, pero siempre de un modo pacífico y nunca empleando violencia indiscriminada.
Los partidos democráticos uruguayos debemos pronunciarnos siempre contra ambos extremos.
Porque una cosa es la defensa de la libertad de expresar disidencia, y otra muy distinta el avasallamiento violento de las instituciones.
En nuestra historia, los uruguayos tenemos buenos ejemplos de esa diferencia.
El golpe de estado de 1973 se produce diez años después de que los tupamaros realizan su primer acto revolucionario y es el triste resultado de una escalada de radicalización en la que se impusieron los extremistas de uno y otro signo, en perjuicio de las mayorías democráticas.
Si los uruguayos no queremos revivir aquellos años penosos, tenemos que fortalecer la cultura cívica de la ciudadanía y contener lo más posible a los totalitarios.
El Frente Amplio tiene que encarar ese desafío más que nadie, porque el peso electoral que tienen en su interna comunistas y simpatizantes del MLN, pone en entredicho la calidad de su vocación democrática.
Pero en la coalición también debemos trabajar con denuedo, para evitar que un sector radical de derecha imponga la lógica binaria que tanto daño está haciendo en Brasil y Argentina, y que tanto debemos combatir en nuestro suelo.
Esa es la tarea de nuestro Partido Colorado: fortalecer un espacio batllista y socialdemócrata que aleje a la coalición de cualquier tentación totalitaria y la siga consolidando en la preferencia de las grandes mayorías.
Puede llegar a ser larga, interminable y casi eterna si comenzamos a enumerar la lista de figuras públicas que no resisten un archivo. Esa imposibilidad de poder lograr cierta coherencia entre lo dicho y lo hecho. Entre lo que se afirma hoy, si lo comparamos con afirmaciones del ayer. Entre lo que le exigimos al otro que haga hoy y lo que hicimos nosotros cuando tuvimos incluso posiciones más ventajosas para hacerlo. Esa “agudeza” de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Pasa mucho y en todos los ordenes de la vida, pero sin dudas que lo vemos a diario en toda aquella actividad donde se haga polìtica.
Eso se ha transformado en un gran problema porque poco a poco va dinamitando un pilar fundamental del sistema: la credibilidad. Tan difícil de construir y tan fácil de dilapidar.
Aquellos que plantean algo y hacen lo contrario. Los que fingen ser lo que no son. Los que intentan mostrarse como tolerantes cuando en realidad el dogma los domina. Aquellos que intentan “vendernos” una imagen de dialoguistas y de escuchar al otro y en la primera de cambio sacan a relucir ese ego que los avasalla y un autoritarismo que les resulta imposible disimular. Hablar de democracia y apoyar dictaduras. Aquellos que tienen una mirada hemipléjica al momento de denunciar violaciones a los derechos humanos. Disfrazarse con la verdad, pero vivir en un mundo de mentiras.
Por supuesto que cometeríamos un gran error si generalizamos, si introducimos a todos en la misma bolsa, hay excepciones y en todos los partidos. Algunos podrán pregonar ideas que están en las antípodas de las nuestras y las combatiremos como siempre, pero que se han ganado nuestro respeto por su coherencia al momento de defender esas ideas.
Hace ya unos años se han creado en muchos países servicios de chequeos de datos al instante, los que son utilizados cada vez más por los votantes. Donde se monitorea la veracidad sobre las afirmaciones de los principales candidatos políticos. Grandes bases de datos donde se agrupan debates, proyectos, discursos y entrevistas, porque todo es de utilidad al momento de comparar dichos y ver si son veraces o por el contrario dejan a la figura pública en falsa escuadra. Esos sitios pueden incluso contener, además, datos estadísticos conocidos como “medidor de promesas”, donde se mide el porcentaje de promesas cumplidas.
Algo no anda bien si una buena parte del electorado recurre a sitios de “fact checking” para comprobar la veracidad de los dichos de determinado candidato.
La hipocresía, lamentablemente, va ganando terreno.
Por ello nos permitimos, a modo de reflexión, dejar algunos conceptos de José Ingenieros, en su obra, “El hombre mediocre” sobre la hipocresía.
La moral de Tartufo:
“La hipocresía es el arte de amordazar la dignidad. Es la falta de virtud para renunciar al mal y de coraje para asumir la responsabilidad”.
“Hiela, donde ella pasa, todo noble germen de las ideas. Los hombres rebajados por la hipocresía viven ocultando sus intereses, enmascaran sus sentimientos. Tienen la certeza íntima, aunque inconfesa, de que sus actos son indignos, vergonzosos, nocivos e irredimibles. Por ello es insolvente su moral”.
“Ninguna fe impulsa al hipócrita. Son audaces en la traición y tímidos en la lealtad. Conspiran y agreden en la sombra, difaman con afelpada suavidad.”
“Nadie puede confiar en su recalcitrante ambigüedad. Conciben la beneficencia como una industria lucrativa para su reputación y miden su generosidad de acuerdo con la ventaja que de ella puedan obtener”
“El hipócrita transforma su vida en una mentira metódicamente organizada. La mentira es su prodigioso instrumento. Solo finge lo que cree no tener”
“El que no tiene valor para la verdad es imposible que lo tenga para la justicia”.
El gobierno de la Coalición Republicana superó la dura prueba del referéndum contra la LUC, afirmándose aún más en el respaldo ciudadano para seguir impulsando las grandes transformaciones comprometidas en 2019.
Mientras la oposición política y sindical -y cierta prensa que le es afín- hicieron aspavientos con el caso Astesiano, el gobierno puso ese problema en las manos que correspondían -la Justicia- y no dudó en seguir su agenda propositiva.
Empezamos un 2023 con novedades de gran importancia: la transformación educativa en marcha, la reforma de la seguridad social garantizando la sustentabilidad del sistema a largo plazo, y una serie de medidas que están cayendo en cascada, demostrando que llegan buenos tiempos para el país: recuperación salarial y del nivel de empleo, abatimiento de la inflación, mayor inversión en primera infancia, medidas efectivas para proteger a los más vulnerables, rebaja en el costo de los combustibles, aumentos de tarifas por debajo de la inflación, sustancial rebaja de las cuotas que pagan los cooperativistas, ambiciosas inversiones en vivienda y saneamiento a nivel nacional…
Mientras todo esto ocurre, la oposición se dedica a escrutar en los chats de un excustodio del Presidente y no ha dudado en usar y abusar de aspectos de la vida privada del mandatario, indebidamente filtrados desde Fiscalía a los medios de comunicación.
Hay una prueba concluyente de este escándalo de los pasaportes emitidos ilegalmente a ciudadanos rusos: los delitos empezaron en la década del 10, en pleno período del Frente Amplio, y recién ahora se denuncian e investigan. Tenía que venir la Coalición Republicana para que salieran a la luz pública y empezara a desmontarse con firmeza este vergonzante aparato de corrupción.
No queremos perder esta oportunidad para hacer un balance -con mirada al futuro- de nuestra colectividad política, el Partido Colorado.
Hemos sido un socio leal en el seno de la coalición, con intensa y firme actuación legislativa y habiendo aportado nombres muy valiosos a la gestión ejecutiva del gobierno.
Quienes en lugar de trabajar por los cambios que el país reclama, se dedican a prepararse solamente para las próximas elecciones, deben entender que la mirada de los colorados no está en las encuestas. Que no nos desvela la aparición de un liderazgo que se transforme en locomotora de votos.
Que somos un EQUIPO, así, con mayúsculas, trabajando por el país y con plena conciencia de que esa actitud constructiva y constructora será recompensada en las urnas por la ciudadanía, cuando corresponda.
Lo sabemos muy bien porque si algo hemos tenido en nuestra historia, han sido líderes extraordinarios, como Rivera, Don Pepe, Brum, Batalla, Luis y Jorge Batlle, Sanguinetti…
Los líderes del presente y del futuro no se fabrican ni con acuerdos sectoriales ni con encuestas de opinión. Surgen espontáneamente del magma partidario, como la síntesis personal de sentimientos colectivos.
Mientras ese alumbramiento no se produce, los combatientes seguimos en la primera fila de la acción política, poniendo razón y corazón en un gobierno que nos compromete, nos desafía y nos reclama.
Vaya si será una buena razón para esperar un muy feliz y próspero 2023!
¡Viva Batlle, viva el Partido Colorado, viva el Uruguay!
El Uruguay ha perdido su identidad, un día sí y otro también la ciudadanía busca en el sistema político respuestas específicas y exige en función de realidades cada vez más complejas. Se terminaron las identidades que nucleaban a enormes sectores de la sociedad, para dar paso a pequeños grupos cada vez más específicos.
Hay quienes por sobre todo se consideran animalistas, y por lo tanto exigen se tenga en lo más alto el bienestar animal; otros en cambio ven en el ambiente el escenario de reclamo; también los hay en una suerte de ruralismo, y así podríamos seguir con decenas de “grupos” de los más variados intereses.
Esta realidad trae un gran problema: el sistema político tiene como base la búsqueda de consensos que permitan progresar sobre una base más o menos sólida. Pero con intereses tan variados e incluso contrapuestos y ante la intransigencia de los electores (que muchas veces se asemejan a usuarios o clientes en busca de un producto/servicio perfecto) se torna imposible responder con la especificidad solicitada, porque naturalmente los intereses de esos grupos son muchas veces incompatibles entre sí.
Deberíamos entonces tener un movimiento ecologista, uno animalista, uno que diera respuesta al reclamo de quienes gustan de los automóviles, etc etc.. hasta que finalmente llegaríamos a que cada quien en función de sus intereses personales fuera legislador, juez y ejecutivo.
¿Es eso lo ideal? a priori parecería que sí.
Pero los hechos han demostrado que la realidad de la sociedad es cambiante y que no siempre procura, librada a su voluntad momentánea, el bien común. Ejemplo de ello son las reacciones violentas y abruptas que se producen luego de un hecho delictivo sangriento.
Necesitamos eso sí, Partidos que logren aunar voluntades, dirimir en su seno los conflictos para luego encauzarlos por las vías democráticas e institucionales necesarias. Partidos que representen mejor a sus votantes y que muevan a la ciudadanía a actuar.
Deben, en su interna, volver a generar Identidad, procurando consensuar y establecer líneas de acción claras sobre la base del diálogo.