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La cuestión climática ha comenzado a meterse en la agenda política de nuestro país. Entre algunos aciertos y muchas barbaridades que he leído, la que más me llamó la atención es el enojo que genera en algunos afirmar que los efectos del cambio climático golpean con mayor vigor a las personas más pobres.

Suele decirse que el medioambiente es un tópico de interés para personas con dinero o que “no tienen problemas de verdad”, por lo que debemos enfocarnos en temas “más importantes” que afectan a la gente que se encuentra en situación de vulnerabilidad social. Esta premisa, es una de las falacias más fuertes contra la que tenemos que luchar los políticos que llevamos la bandera ambiental en el pecho.

Es cierto que las personas que viven en contextos críticos tienen otras urgencias, no tiene sentido hablarle de captación de carbono o de emisión de gases de efecto invernadero a una persona que está pensando en cómo poner un plato de comida en su mesa, es difícil preocuparse por el mañana cuando no se tiene resuelto el hoy.

Ahora bien, cuando hablamos de cuidar el ambiente no nos referimos necesariamente a los osos polares que quedan varados sobre un pedacito de hielo ni nos referimos a esos lujosos autos eléctricos de Elon Musk, cuestiones que parecen lejanas o no son esenciales en nuestra cotidianidad.

Cuando hablamos del medioambiente desde una perspectiva batllista pensamos en los barrios que se inundan con tan solo algunos chaparrones aislados, zonas en las que muchas veces no hay vereda y la calle pasa de tierra a barro en tan solo unos minutos. Lamentablemente, el aumento de la temperatura global está provocando un significativo aumento de las precipitaciones, por tanto, habrá lluvias más intensas. ¿Quién sufre más esto, la gente con guita o los más vulnerables?

Si para muchos solventar las necesidades básicas es una odisea, imagínense por un momento lo que significa perder lo poco que se tiene producto de una inundación. Seamos sinceros: la basura, la falta de saneamiento, la existencia de metales pesados en ciertos afluentes, y la polución del aire no son problemáticas que existan recurrentemente en los barrios donde vive la gente con más recursos. Tal vez el gran problema del Arroyo Miguelete sea que no se extiende desde Pocitos a Carrasco, ¿será por eso que aún no hay cisnes?

Otro problema que genera la crisis climática son las famosas sequías, es increíble que nos estemos acostumbrando a ello, supongo que a veces olvidamos que el campo es nuestro petróleo y su suelo nuestro motor. Además de afectar fuertemente el trabajo de los productores, la escasez de oferta a causa de la seca conlleva al aumento de sus precios. En consecuencia, quienes tengan menor poder adquisitivo tendrán mayores dificultades para acceder a los alimentos. Otro punto en contra de los más vulnerables.

Por supuesto que la crisis climática nos afecta a todos los que habitamos el planeta, sin embargo, hay grandes diferencias en cuanto a la capacidad que tienen las personas de paliar sus efectos. Esto depende principalmente de las situaciones socioeconómicas de cada individuo. El razonamiento es simple: a mayor poder adquisitivo, menos violentos son los efectos, pero sí existe cierta vulnerabilidad socioeconómica, más duras son las consecuencias.

Cuando un Estado tiene debilidades ambientales, y sus servicios no llegan de forma equitativa a todos sus habitantes, los primeros en verse afectados son siempre los estratos más postergados de la sociedad. El cambio climático y la falta de medios económicos para afrontar sus consecuencias son factores que están íntimamente relacionados. Negarlo es hacer trampa jugando al solitario.

A pesar de la disminución de la pobreza a nivel global, las naciones aún mantienen serias dificultades para estar presentes de forma integral en las zonas más carenciadas de sus territorios, esto conlleva a que no se cumplan con las garantías mínimas que permitan un adecuado desarrollo social.

Si esto fuera una guerra, podríamos decir que los líderes mundiales han puesto a los más pobres a la vanguardia de las tropas, pero de forma forzada, y sin armamento ni escudos. Estos valientes soldados que no pidieron estar allí reciben a cada segundo toda la violencia del ataque enemigo, convirtiéndolos así en carne de cañón. Detrás de todas las filas y custodiados por selectos soldados con cuerpos rechonchos, los reyes ven como poco a poco se les acaba el tiempo. 


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